L’esforç de legitimació de la figura de Felip V i la nova dinastia dels Borbons a l’Espanya del segle XVIII s’havia centrat fonamentalment en la demostració de la catolicitat del monarca, però el handicap de rei estranger mai va poder ser totalment superat, ni abans ni després de la Guerra de Successió. En aquest sentit, la historiografia de la Il·lustració va trobar-se davant del desafiament de promoure la memòria del primer Borbó per convertir la seva figura en el monarca “restablecedor o restaurador”. Per això, és significatiu donar un cop d’ull a la memòria desacomplexada i reivindicativa impulsada per Pedro Rodríguez de Campomanes des de la Reial Acadèmia de la Història.
L’il·lustrat i acadèmic de la Història canari José de Viera y Clavijo (1731-1813) va guanyar el premi de la RAH pels seus Elogios a Felip V de 1779, on podem llegir:
En el apacible silencio de la corte, era inclinado a la cadena de los sentidos y a la melancolía, que su índole era de un príncipe modesto, blando, naturalmente timorato, escrupuloso, taciturno y menos inclinado a gobernar con imperio, que con consejo y dirección. De aquí era que necesitaba su alma tranquila de fuertes sacudimientos y grandes ocasiones para enardecerse y desplegar toda su impetuosidad y energía; y nada había en el mundo que ocasionase en su pecho esta conmoción sino el estruendo de la guerra […].
Felipe V fue un príncipe firme y animoso, sin embargo de su natural blando y tranquilo. Intrépido y guerrero, sin embargo de su corazón tierno y amoroso. Grande en las desgracias, sin embrago del desprecio con que miraba las grandezas. Amante de las letras y de las artes, sin embargo de su índole belicosa. Fue un rey lleno de candor, moderación, benignidad, bondad y justicia. Un rey casto, verdaderamente católico, pío, timorato, zeloso de la pureza de la religión, de sus ministros y de su culto. En suma, un heredero de la sangre y de la piedad de sus abuelos S. Fernando y S. Luis. Fue un esposo feliz, y mil veces feliz en haber tenido por mujeres dos verdaderas heroínas, que tiernamente amadas comunicaron fuerza y energía a su carácter, y ardieron en continuo zelo de su reputación. En fin, fue un padre el más dichoso, cuyos méritos quiso coronar el cielo desde la tierra, concediéndole unos hijos tan humanos, tan respetables, tan benéficos, tan amantes de la nación, unos hijos y nietos, que han sido y serán siempre las delicias de los españoles, la honra de los Borbones y la vanidad del género humano.
Una altra reivindicació de la figura de Felip V la trobem en l’il·lustrat i acadèmic cubà Francisco Javier Conde y Oquendo (1733-1799) i el seu Elogio de 1779:
Este valor y confianza, la primera de las virtudes militares, acompañada de la gallardía del cuerpo y de la dulzura de un trato medio entre popular y magestuoso, le hicieron señor de quantos les miraban. Por donde quiera que pasó dexó impresos los vestigios de su bondad y se llevó tras de sí el amor de los pueblos […].
Felipe no vacila, ni por las sugestiones del abuelo, ni por los encantos del país, ni por el apego natural a la herencia de sus mayores. Resueltamente dice delante de su corte y ministros de los extranjeros que no cambiaría por la Monarquía Universal la más pequeña parte de España […]. Un rey de otra gente y de otra tribu, nacido en otro cielo y educado por otras manos, entre costumbres y modales muy diferentes de las vuestras, ha mudado de carácter y de patria y se ha dexado atar a una nación extraña y de muchos tiempos enemiga, con nudos más estrechos que los de la carne y la sangre […].
Nuevas leyes y establecimientos, nuevas fábricas y telares, nuevas máquinas y maestros, nuevos caminos y canales, correo marítimo, comercio libre, revolución general del estado: todo se ha puesto en acción y movimiento: aquello va saliendo de la nada, y esto caminando a su perfección. Escuelas y academias restauran la milicia, las letras y la lengua: seminarios y monasterios educan la nobleza de ambos sexos: hospicios y sociedades destierran el ocio, ensalzan los oficios y honran los oficiales. Esto es ser reyes de la patria, y padres de familias: esto es gastar con sus vasayos la ternura de una madre con sus hijuelos.
També l’il·lustrat i acadèmic basc Manuel María de Aguirre (1748-1800) va escriure el seu Elogio de Felipe V el 1789, text que va presentar-se a les Juntas Generales de la Sociedad Vascongada i que apareixeria publicat a El Correo de Madrid:
Pueblos ilustrados, gentes, acudid a ver uno de los principales ensayos de sus adquiridos conocimientos, que va a presentaros la España, esa parte de la Europa, que tanto habéis culpado de preocupada y sumergida en inveterados errores. Sí. La Nación toda solicita hoy dar pruebas al mundo de cómo agradece, cómo ansía erigir eternos testimonios de su amor y reconocimiento al magnánimo rey, al que fue causa de que cayera la opresión, y de que sólidamente se estableciesen la dicha y el contento de las melancólicas gentes que la componían […].
Solamente Barcelona, la ciega y alucinada Barcelona, quiso endurecerse más y persistir en su engaño, mortificando las paternales entrañas de su digno monarca. A la cabeza de un exército lúcido y triunfante marcha Felipe a reducirla; la embiste, y nunca mostró más descubiertamente el amor que conservaba a estos vasallos, aunque tercos y obstinados […]. Obedecieron las tropas las humanas órdenes de su Soberano, rinden la ciudad, y desarman al Pueblo Feroz, que vio admirado la moderación y triunfante entrada de su Augusto conquistador […]. Ya no piensa Felipe sino en remediar el desorden de la contienda civil y los males acarreados por la encenada guerra sobstenida contra tantas Naciones.
Finalment, l’acadèmic de la Història valencià Juan Sempere i Guarinos (1754-1830) es manifestava amb rotunditat sobre la figura de Felip V en la seva obra Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reinado de Carlos III (1785-1789):
Apenas subió Felipe V al trono cuando el espíritu humano empezó a hacer sus esfuerzos para salir de la esclavitud y el abatimiento a que los tenía reducido el imperio de la opinión. Aquel gran rey dio muy presto a conocer el alto concepto que le merecía la ciencia y las artes y que convencido de su importancia estaba muy dispuesto para favorecerlas.