En el context de l’esclat de la Guerra Civil i de la revolució social que va acompanyar el conflicte, el dirigent anarcosindicalista Joan Peiró va publicar al diari Llibertat de Mataró un interessant article titulat “Revolucionaris”, una reflexió al voltant de la naturalesa de la violència revolucionària que va acompanyar els dies posteriors al 19 de juliol i que va reproduir La Vanguardia el 5 de setembre de 1936:
Vivimos una revolución, la más profunda registrada en nuestro país, y aparte de las vida inmoladas, los revolucionarios –quiero decir los partidarios de la destrucción por la destrucción– no han destruido más que las iglesias y conventos. ¿Es posible que alguno crea que las iglesias y conventos son toda la estructura de la vieja sociedad capitalista? ¿Es que quizá la sociedad capitalista, la responsable del imponente dramatismo de nuestros días, no tiene nada más para ser destruido?
Mientras los partidarios de la destrucción arruinan iglesias y conventos, el fascismo va destruyendo toda la economía y toda la riqueza que es su base, y cuando se tiene la sensación de encontrarse ante una estructuración económica que desaparece –que desaparece con la multitud de vicios y defectos fundamentales que la caracterizaban–, se pregunta cuál es la nueva estructuración económica que habrá de sustituir a la del viejo mundo que ha llegado a su fin.
Yo sé perfectamente bien que todavía no ha llegado la hora de las concreciones definitivas. Pero sí digo que ha llegado la hora de las inquietudes. De las inquietudes, porque la nueva estructuración económico-industrial del porvenir inmediato no es una cosa que se pueda improvisar. Hacer hijos, es una función relativamente fácil. Lo más difícil, sin embargo, es saber crear estos hijos y hacer de ellos unos hombres de provecho. Destruir una civilización –sobre todo cuando es destruida por los más interesados en su subsistencia– cuesta poco. El trabajo gigantesco se presenta a la hora de poner en marcha el nuevo estado de cosas sustitutivo de la civilización destruida.
La revolución de ahora tiene plasmaciones espirituales bien concretas. Las incautaciones de fábricas, talleres, ferrocarriles y de todo lo que es base creadora de la riqueza social, dan la sensación de que nos encontramos en el dintel de un ciclo colectivista. ¿Qué formas de colectivización revestirá este ciclo revolucionario? ¿Será la cooperativa, superada con las nuevas modalidades socializantes, netamente socializantes, impuestas por el imperativo del gran acontecimiento económico-social de nuestros días? Si no es la cooperativa, ¿qué será?
Es preciso que los revolucionarios dejen de pensar y de hacer tanto en sentido destructivo, para dar lugar a que el pensamiento y las actividades se encarrilen hacia la regulación del mundo nuevo que se nos viene encima. Más que pensar en hacer de esbirro y de verdugo, la voz de las horas graves y de bienaventuranza nos llaman a pensar cómo ha de hacerse la revolución social.
Destruyamos, si es preciso. Pero los revolucionarios no podemos pensar demasiado en destruir. Los verdaderos revolucionarios ponen la inteligencia, las energías todas y el alma, por encima de todo, al servicio de la magna función de crear, crear, crear siempre.